En pleno corazón de Córdoba, a escasos metros de la conocida Mezquita-Catedral, hay un espacio de exposiciones que guarda todos los secretos de un arte que es considerado milenario. Nos referimos a la Casa del Guadamecí Omeya, un museo taller que es mucho más que un lugar de exposición. Es un homenaje vivo a una técnica decorativa que, por desgracia, se encuentra casi perdida ahora mismo. Funciona como un puente entre la Córdoba del califato y el presente, y es un símbolo de todo el esplendor andalusí. Hoy te lo vamos a contar todo sobre la historia del Guadamecí y, además, el papel fundamental de José Carlos Villarejo en la recuperación de estas técnicas. ¡Sigue leyendo!

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Historia del guadamecí en el Califato de Córdoba
El guadamecí (ghadamisí) es una técnica decorativa de la Córdoba califal, que consistía en repujar, dorar y pintar pieles, ya sea de cabra o de carnero. Estas pieles se usaban a posteriori como paneles decorativos, biombos o incluso cubiertas de muebles. Es una técnica ancestral que llegó a la península con los musulmanes, y que fue durante el Califato que alcanzó su máximo esplendor, durante el mandato de los omeyas.
Gracias a la riqueza cultural, artística y económica de la ciudad, que en ese momento era una de las más importantes del mundo, los talleres de la zona se convirtieron en una auténtica referencia. El guadamecí cordobés era sinónimo de lujo, y sus piezas decoraban no solo palacios andalusíes, sino cortes de toda Europa, que hacían sus encargos a los centros de la ciudad. Tanto es así que esta técnica acabó por convertirse en un emblema de sofisticación. Por desgracia, con la caída del Califato y con el paso de los siglos, la tradición fue decayendo hasta quedar prácticamente en el olvido.
José Carlos Villarejo y la recuperación de técnicas omeyas
El renacimiento de este arte tiene nombre y apellido: José Carlos Villarejo. Hablamos de un artista y restaurador cordobés que ha dedicado casi toda su vida a investigar, experimentar y revivir todas estas técnicas originales del arte guadamecí omeya. Su labor no ha sido solo reconocida a nivel nacional, sino también internacional. Va mucho más allá del valor estético de sus obras, que es innegable, y nos habla de cómo ha conseguido preservar un patrimonio que se consideraba casi extinto.
Villarejo no se ha limitado a reproducir piezas. Ha investigado todos los procedimientos históricos en archivos, analizando restos antiguos en museos y, además, ha desarrollado su propia metodología artesanal. Siempre, por supuesto, respetando los cánones originales de los artesanos omeyas. Gracias a este minuicioso trabajo, ha sido capaz de recrear obras con el mismo espíritu de hace más de mil años, ayudándose de herramientas tradicionales, pigmentos naturales y todo tipo de procesos manuales.
Debido a esta dedicación, nació la Casa del Guadamecí Omeya. Un espacio que es mucho más que una sala de exposiciones: educa, inspira y protege una herencia artística que nos habla de la época de mayor esplendor de Córdoba, enseñándonos la importancia de esta ciudad desde hace siglos.
El arte de trabajar el cuero en época califal
Hemos de remontarnos al Califato cordobés para entender que el cuero no era solo un material funcional, sino que era, además, un soporte artístico, como podría ser el mármol o la cerámica. Todos los talleres califales supieron darle esa categoría superior con técnicas como el repujado, teñido, calado o dorado. De esta manera, pasaba a ser una pieza de decoración y de expresión estética.
Era un arte que se practicaba especialmente en los zocos que se encontraban cerca de la Mezquita. En estas zonas, los talleres convivían y compartían técnicas, además de competir para ofrecer los diseños más elaborados. El guadamecí convivía con otras formas de expresión artística, como la cerámica vidriada o la taracea, formando así parte de una amplia tradición artística.
En los motivos decorativos confluían detalles geométricos, vegetales y epigráficos, todos ellos propios del arte islámico. Además, nos encontrábamos con una gran riqueza cromática, así como una simetría en todos los diseños y el uso de pan de oro. Este último daba a las piezas un aspecto de lujo que únicamente los bolsillos más pudientes se podían permitir, dándole así un prestigio aún mayor.
Técnicas artesanales: repujado, incisión y coloración
Uno de los elementos que hace que este arte sea tan valioso es lo complejas que eran sus técnicas artesanales, puesto que requerían de años y años de práctica. Lo primero que se debía hacer era preparar la piel de cabra o de carnero curtida, que debía cumplir con unos requisitos concretos: ser flexible, resistente, tener una textura lisa… Una vez seleccionada, se estiraba cuidadosamente sobre un bastidor para ir eliminando imperfecciones y permitir el trabajo a posteriori. Tras esto, se realizaban las técnicas que hemos señalado antes:
- Repujado. Con esta, lo que se buscaba era modelar el relieve del cuero, usando así punzones de madera o de metal. Se marcaban los contornos de todo el diseño y, con paciencia y mediante presión manual, se va dando volumen a las formas. De esta manera, se generan distintos niveles de profundidad.
- Incisión. Cuando la pieza ya está repujada, se procede a la incisión, e ir marcando todos los detalles finos. Esto se realiza en zonas como los bordes de las hojas, las letras o los motivos geométricos que se hayan preparado. Es una fase que requiere el uso de herramientas finas y, además, de mano experta.
- Dorado. Se procede a aplicar el pan de oro en las zonas deseadas, ayudándose siempre de colas naturales. Este brillo metálico es una de las señas de identidad del guadamecí, y requiere de una gran precisión.
- Coloración. Por último, se usan pigmentos naturales (disueltos o bien en agua o bien en aceite) para dar vida a todos los diseños. La paleta tradicional incluye colores intensos: rojo carmín, azul, malaquita, negro…
Y el resultado final tras esto es una obra vibrante, rica en contrastes y en texturas.
Proceso de creación de un guadamecí auténtico
En la Casa del Guadamecí Omeya se instruye sobre las creaciones de las piezas, y todas las que realizan son de forma artesanal, siguiendo siempre procesos que pueden durar semanas… E incluso meses. El objetivo final no es únicamente crear una obra de gran belleza, sino también respetar el legado cultural y transmitir una historia.
El proceso suele conllevar los siguientes pasos:
- En primer lugar, se realiza el diseño, el boceto en sí. Se parte siempre de una inspiración califal con atauriques, epigrafías árabes, patrones geométricos…
- Con el boceto ya plasmado, este se traslada al cuero sobre la piel ya tensada, y se inicia el trabajo de repujado e incisión. Es la fase más delicada, puesto que de ella depende toda la estructura visual de la pieza.
- Con una gran delicadeza, se procede a colocar las láminas de oro (o plata) y se aplica el color con esponjas finas. Cada uno de los detalles requiere tiempo y experiencia.
- Una vez terminada la obra, esta debe secarse en condiciones controladas. Tras esto, se aplica una capa protectora natural para garantizar que los colores perduran en el tiempo.
En muchos casos, estas piezas se pueden convertir en cuadros, paneles o biombos, e incluso en cofres decorativos.